Para muchos hijos de inmigrantes latinoamericanos en los Países Bajos, el español es más que un idioma. Es un puente hacia la historia familiar, una conexión con nuestras raíces que a veces se siente lejana. Crecer en un entorno donde predominan el neerlandés o el inglés puede hacer que esa conexión se debilite. Pero aprender o recuperar el español no es solo cuestión de comunicación: también es una forma de reconocernos, de sanar distancias y de entender quiénes somos.
La lengua como memoria emocional
Cada etapa de nuestra vida está atravesada por las lenguas que nos rodean. En mi caso, nací en Uruguay, pasé mi adolescencia en Argentina y mi segundo hogar fue Francia por mucho tiempo. En mi infancia, mi madre y mi abuela solían usar conmigo ciertas palabras, expresiones y canciones en portugués, la lengua que ellas habían hablado en la escuela y con su familia paterna, descendientes de franceses instalados en Brasil. Muchos años después, cuando nació mi hijo, sin pensarlo y sin planearlo, muchas expresiones, palabras y canciones me salían en portugués brasileño. Una parte de mí había olvidado completamente esa lengua familiar en mi infancia. Sin embargo, aunque nunca fue una lengua activa para mí, lo que había quedado era más profundo que el simple uso del idioma: era un registro emocional, una memoria afectiva que el tiempo no pudo borrar.
Las lenguas que nos habitan
El idioma no solo nos permite comunicarnos, también nos muestra cómo imaginamos el mundo. El imaginario de mi infancia uruguaya estuvo habitado por gauchos, montes y planicies, caballos, charrúas, yacarés y pumas. En cambio en Francia, el imaginario infantil estaba habitado por soldados, reyes y princesas, lobos, cuervos, jirafas, elefantes y brujas.
Las diferencias culturales no solo están en las historias que nos cuentan de niños, sino en la manera en que interactuamos con el mundo.
En Francia, por ejemplo, si te acercas a alguien en la calle para pedirle una información, lo primero que haces es pedir perdón, es una muestra de respeto casi obligatoria. En cambio, si haces lo mismo en Argentina, puede ser que la persona te mire con desconfianza y se aleje pensando que quieres venderle algo.
Aprender una lengua es abrir una puerta
Aprender o recuperar un idioma es reencontrarse con historias, maneras de pensar y formas de relacionarse con el mundo. Muchos estudiantes cuentan cómo, al mejorar su español, han podido conversar con sus abuelos sin intermediarios, entender mejor los chistes familiares o leer cartas antiguas con una emoción nueva. Es un idioma que a veces creemos ajeno, pero que, cuando lo hacemos nuestro, nos devuelve un pedazo de identidad.
El español como una casa a la que siempre se puede volver
El español no es solo una herramienta de comunicación, es una parte de nuestra historia. Y aunque a veces parezca que lo hemos perdido, siempre hay formas de volver a él. Aprenderlo es recuperar un espacio propio, un territorio que nos pertenece.
Si sientes que el español es una puerta que quieres volver a abrir, estás a tiempo. Es un camino personal, pero también compartido. Porque las lenguas que nos habitan no desaparecen: esperan, silenciosas, el momento de ser pronunciadas otra vez.
Por Daniela Vitancourt – Fundadora de Het Latin Lab.